Historia de un fracaso

02.12.2014 14:02

El paludismo o malaria refleja perfectamente como una enfermedad parasitaria afecta al campo laboral. En este caso paralizando un gigantesco proyecto: la construcción del canal de Panamá. 

 

Esta es la historia:

 

Para apreciar totalmente el problema de la malaria, ayuda a comprenderlo la visión del espectacular fracaso de los franceses para construir el canal de Panamá. Aunque la historia suele guardar anécdotas de grandes derrotas de la ingeniería, es difícil pensar en una tan señalada. Durante este proyecto, miles de trabajadores, incluyendo las tripulaciones enteras de algunos barcos, murieron de malaria y fiebre amarilla. Los inversores -entre ellos 10.000 personas de clase media- perdieron el equivalente de 3000 millones de dólares. Y la reputación de un héroe francés, Ferdinand de Lesseps, quedó totalmente arruinada. Todo este problema fue causado, en gran medida, por un minúsculo insecto, el mosquito.

 

Un canal que pudiese conectar el Atlántico y el Pacífico fue imaginado hace mucho tiempo por los conquistadores europeos que vieron por primera las playas del este del Pacífico en 1513. Pero todavía deberían pasar trescientos años antes de que ningún esfuerzo serio pudiese llevarse a cabo sobre el canal.

 

La fuerza motora detrás del proyecto del canal francés fue Ferdinand de Lesseps, el William Gates o George Soros de su tiempo, que había sido el principal responsable de la construcción del Canal de Suez. Un hombre de una legendaria energía y poderosa personalidad, de Lesseps se ofreció a construir el canal.

 

Después de negociar los derechos para abrir el canal, dio su palabra de honor de que llevaría a cabo el proyecto. La construcción comenzó en 1881, con todos los promotores, incluidos sus ingenieros, declarando que la reputación que tenía la región sobre enfermedades mortales no era más que un bulo de los críticos del proyecto.

 

 

Campamento de obreros del Canal de PanamaLos campamentos construidos para alojar a los trabajadores del Canal de Panamá eran, sin ningún género de duda, los mejores en los trópicos. Pero como los mosquitos eran considerados nada más que una molestia, las pantallas protectoras en puertas y ventanas fueron consideradas un lujo que no iba a ser permitido. Conclusión: las viviendas, e incluso los hospitales construidos para los trabajadores, se hicieron áreas de cría para los mosquitos locales. Los propios franceses también ayudaron a la reproducción de los insectos, al decorar sus cercados con profusos jardines donde anillos de cerámica rellenos de agua eran usados para proteger cientos de árboles de las hormigas. Estos anillos hervían con larvas de mosquitos.

 

El proyecto del canal sufrió su primera muerte a causa de la malaria muchos meses antes de que una simple tonelada de tierra fuese removida. El topógrafo Gaston Blanchett, que sucumbió un mes después de completar un viaje a lo largo del curso del canal, estaba entre los 30 hombres que murieron durante la etapa previa del proyecto. Las procesiones de los funerales seguían la línea del ferrocarril, que era también la ruta del canal.

 

Dos años después del inicio de la construcción del canal, los extranjeros comenzaron a llamar la atención sobre la excesiva mortalidad, pero los funcionarios responsables hacían lo que podían para ocultar la severidad de la enfermedad entre los trabajadores. Pero a final de 1884, un año que vio más de 1.200 fallecimientos, era imposible negar la evidencia. Estimaciones de su tiempo sugieren que en algunas partes de la jungla, dos de cada tres europeos morían bien de fiebre amarilla o de malaria. El miedo a estas pavorosas enfermedades creció por igual entre los ingenieros y los trabajadores. Los barcos que llegaban con nuevos trabajadores partían, si cabe, con más hombres huyendo.

 

Como muchos otros en su tiempo, los administradores del canal relacionaron la enfermedad con alguna clase de defecto “moral” de cada víctima. Bebedores, jugadores, incluso ejecutivos que malversaban fondos, todos ellos eran considerados particularmente vulnerables a la enfermedad. Uno de los ingenieros del proyecto incluso llegó a creer que él podía predecir quienes de los trabajadores recién llegados enfermarían y morirían, basándose solamente en la expresión de sus caras en el momento en que desembarcasen. Otro de los ingenieros “profetas” dijo que él probaría, trayendo a su familia a Panamá, que tan sólo los de conducta inmoral fallecían. No mucho después de su llegada, su hijo, hija, y su sobrino murieron de fiebre amarilla. Perdería a su esposa antes de fallecer el mismo.

 

Frecuentes deslizamientos de tierras, una difícil geología, explosiones accidentales de dinamita, desordenes civiles, e incluso maliciosos rumores acerca de la muerte de Leseps, todos ellos se unieron a la enfermedad para derrotar totalmente a los franceses. De Lesseps, que tenía 84 años en aquel momento, cayó en un melancólico estado de senilidad. Cinco años pasarían antes de que se reuniese en la otra vida con los aproximadamente 30.000 hombres que habían muerto antes que él en Panamá. El escándalo financiero y los procedimientos legales alrededor del fracaso del proyecto francés sobrevivirían mucho más allá de Lesseps. Su hijo iría a la cárcel, y el gran ingeniero francés Eiffel, que trabajó como superintendente en el canal, pagaría una enorme multa por su papel en el fiasco. Un canal a medio construir, junto con los valiosos equipos que los franceses dejaron atrás, tendría valor real sólo si alguien viniese pronto a completar el trabajo. Los Estados Unidos de América fueron ese alguien.

 

Después de asegurar el control sobre Cuba durante la guerra con España en 1898, América poseía una justificación para el proyecto del canal y la manera de hacerlo más seguro. La justificación estuvo clara para la opinión pública americana cuando los barcos de guerra norteamericanos en el Pacífico eran incapaces de alcanzar el Caribe cuando lo necesitaban. La forma para completarlo con seguridad estaba perfeccionada puesto que los americanos obligaron a retroceder a la fiebre amarilla en Cuba.

 

Sería un mayor del ejército, Willian Crawford Gorgas, el encargado de hacer retroceder a la malaria en Panamá. Un hombre con una espalda siempre erguida, prematuro pelo canoso y un espeso mostacho, Gorgas era una imponente figura que se sentía cómodo con el poder. Estudio medicina y se hizo médico de la armada. En Panamá Gorgas ejerció una incontestada autoridad militar y, porque los hombres enfermos aportaban los reservorios en los que los mosquitos podían adquirir el protozoo, Gorgas vino a verlos como el punto donde la cadena de la infección debía romperse. Ordenó que todos los enfermos fuesen aislados en edificios totalmente protegidos. Al mismo tiempo, Gorgas fue contra el mosquito. Ordenó limpiar los jardines de los franceses y sus receptáculos de agua de las residencias y hospitales, e instaló pantallas protectoras antimosquitos en todas partes donde los enfermos descansaban. Roció con petróleo grandes áreas de cría matando las larvas y envió brigadas de soldados para destruir todos los contenedores que pudiesen contener agua estancada de lluvia. Incluso envió soldados a casas y barracones para fumigar habitaciones y para aplastar mosquitos adultos, uno a uno.

 

 

En 1906, Gorgas fue capaz de controlar la malaria de la zona del canal. Durante la década que le llevó a América finalizar el canal, aproximadamente un dos por ciento de la mano de obra fue hospitalizada en algún momento dado. Esto comparado con el treinta por ciento del proyecto previo francés.

 

Con el tiempo, Gorgas sería reconocido por sus logros, promovido al rango de General Mayor, y sería nombrado Cirujano General de la Armada de los Estados Unidos. El rey Eduardo VII de Inglaterra, en cuyo país la medicina tropical seguía siendo una preocupación, le nombraría Caballero en reconocimiento a sus logros.

 

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